Hola mundo,
Qué bonito se siente rodar una moto. No solo por la experiencia con la máquina, si no, con la comunidad entera de los bikers. Cuando en la carretera un motociclista pasa en frente del otro, se saludan. Cuando las calles cruzan, casi paleamos para que el otro pase primero. Nos estamos ayudando en nivel, que a veces pagamos las casetas de uno, lo que justo llegó del atrás.
Esa manera de convivencia vial, no existe de entre los conductores de las cajas de metal. Muchos prefieren tener las ventanas cerradas, de preferencia obscuras, cómo si fuera un tanque. Muchos, cuando están manejando a su destino, sienten que están pasando en campo de batalla, en donde todos alrededor son los enemigos. El claxon es su metralleta y si un coche blindado fue del mismo precio cómo un coche normal, entonces todos lo comprarían.
¿Porque tanta diferencia? Somos las mismas personas, en el mismo país, viviendo la misma realidad. La única diferencia son las paredes de metal que nos separan uno del otro, mientras estamos en el coche. Generando un efecto, lo que nos hace sentir separados, mientras cuando estamos en la moto, somos totalmente afuera, sin paredes y con un contacto a lo demás.
Hace muchos años, viví en un pueblo llamado EIlabun, en las montañas del Galil en el norte de Israel. Eilabun es un pueblo pequeño, poblado con 5000 habitantes más o menos, todos Árabes cristianos. Hace 2000 años aproximadamente, fue un pueblo judío, pero hasta a donde yo sepa, fui el primer judío que regresó a vivir allá desde.
Recuerdo que un tarde, subí a la azotea para practicar artes marciales. Viví en el cuatro y ultimo piso, en el edificio que construyó el padre de mi novia en la orilla del pueblo. El paisaje fue espectacular. No fue posible ver el lago Kineret (mar de Galilea) por las montañas, aun Eilabun, en línea recta no esta tan lejos del Tiberias, una ciudad más conocida, besando la playa del Kineret. Anyway, practicando ahí arriba, pude escuchar un grupo de jóvenes gritando de la calle algo estilo “judío sucio” y otras groserías. Asomando, pude verlos corriendo.
Bajé al departamento, cambié mi ropa rápido y Salí a las calles a buscarlos. Los encontré luego luego afuera de un abarrote. Un grupo de 5 jóvenes, tomando refrescos y fumando cigarros. Cuando me vieron, voltearon las caras con vergüenza, con la esperanza que no los voy a reconocer. Los confronte y los pregunté si saben lo que hacía en la azotea. Dijeron que ejercicio y los expliqué, que estoy practicando Karate. ¿Quieren practicar conmigo? Pregunté. Estaban sorprendidos que no estoy enojado, que tengo una sonrisa de entre de mis orejas y que los estoy ofreciendo practicar conmigo. Si, respondió bravamente el líder y los otros también.
Desde este día, formó mi primer grupo de alumnos, lo que creció poco a poco y volvimos buen amigos. Este evento fue para mí un ejemplo, que para conseguir paz, lo importante es quitar paredes, salir de las cajas de mental y generar un contacto físico.
Hoy lo veo más importante del siempre. Con todo el respecto que tengo a las meditaciones en grupos masivos en luna llena, si no vamos a conectar realmente, nuestros líderes locos, controlados por poder y dinero, van a seguir matándonos.
Quizá gracias a las redes sociales y las tecnologías nuevas, lo vamos a poder lograr.
Y quizá no.
Hasta la próxima, Yaron.