Hola mundo
Fue uno de esas tardes calurosas y aburridas del fin de semana. Descalzo, con short, partí una sandia enorme en la cocina y grité a mi compañero del departamento, Gilzi, ¿vamos a la playa o que?
Gilzi se asomó diciéndome vámonos. Agarramos la mochila de los Matkot, las llaves del jeep militar y bajamos los cuatro pisos del departamento, mordiendo las rebanadas de la sandia y disfrutando su jugo frio que parte se escurria sobre nuestros cuerpos, mezclando se con el sudor.
Vivimos en la montaña del Carmel, unos veinte minutos de bajadas hasta la mediterránea playa del Haifa. Desde arriba se puede ver el inmenso mar como una carpeta enorme de color azul profundo, la banda dorada de la arena que se encarcela el mar, la carretera que sigue paralelo a la playa y nuestra carretera que baja como una serpiente hasta que se conecta en el semáforo con la carretera paralela, justo en frente del mar.
Al principio, el semáforo se ve lejos, pequeño. Una lucesita roja en la distancia, pegada al gran azul. Pero ya estamos cerca, unos cientos metros del semáforo. Yo estoy manejando todavía con mi uniforme de la cocina cuando corté la fruta verde roja. Gilzi de copiloto, igual, solo con sus ridículos shorts y sus pies en el dashboard. Enfrente, el semáforo cambio de verde a rojo y yo, aun falta algo de distancia, dejo el acelerador.
No me gusta manejar rápido y luego frenar cuando veo un semáforo rojo. Prefiero dejar el coche en neutral y jugar el; “a ver si llega solo”. A veces tengo que usar los frenos, a veces tengo que acelerar poco, pero cuando el coche llega a parar solito justo en el semáforo, me siento como un niño que logro sacar la muñeca de la imposible maquina de los 10 pesitos.
En Israel la gente tiene muy poca paciencia y no les gusta mi actitud. Así fue con el taxi que manejaba atrás de mi en esta tarde calurosa del fin de semana. Aun faltaron unas docenas de metros para el semáforo rojo, me rebaso con gran velocidad y luego freno fuerte para ser el primero, forzándome a frenar antes den tiempo. Pude jurar esa vez que ganaría la muñeca. Ni modo, pensé y seguí una platica olvidada con mi Gilzi.
El semáforo se volvió verde. El choche en frente de mi aceleró para cruzar la carretera. En lado izquierda, una fila larga de coches parados por su turno rojo, ocultando una ambulancia que rebasó esa fila en velocidad extrema.
Yo apenas metí primera, cuando frente a mi, la ambulancia choca con el parte delantera del Taxi. No se porque no oímos su sirena. Puede ser por la brisa del Neptuno o simplemente porque todo pasó tan rápido. El conductor de la ambulancia salió volando del parabrisas. El taxi, por el golpe, dió varios giros en su lugar. Las puertas se abrieron y escupieron dos chicas que se enbarraron en el asfalto por varios metros.
Silencio.
Sin pensar, Gilzi y yo brincamos afuera del jeep para dar primeros auxilios. El taxista quedó en su lugar sin conciencia y escurría sangre de sus oreja, otro pasajero adentro estaba en una posición subrealísta gritando de dolor. Fui primero con el. Gilzi atendió las embarradas y juntos, en un momento, corrimos para ver que pasa al entro de la ambulancia.
Muy rápido aparecieron otras ambulancias y un helicóptero. Dos médicos llegaron corriendo e intentaron acostarme en su cama portátil. ¿Que te pasa? grite a los dos que solo enseñaron con sus dedos a mis pies. En este momento note la mancha de sangre en rededor de mi.
hasta ese momento pude ver que estaba cubierto de pedacitos pequeños de vidrio, como si fuera granizo. Por estar descalzo y corriendo a todos lados, mis pies se quedaron sin piel literalmente. De repente sentí el dolor como si fueron mil cuchillos clavados en mis pies. Gilzi ya estaba acostado en otra cama y juntos pasamos la noche en el hospital. Mientras los doctores separaron vidrio de carne, estuve pensando, eso pude ser peor, si no fue el taxi que nos rebasó, pudo pasar a nosotros.
Seguro que la gente que nos miraron en este accidente pensó; que sacrificio, que héroes. Pero la verdad es que la heroína de este cuento es la adrenalina. Una hormona que el cuerpo usa en casos extremos. Bajo el efecto de esta droga, uno tiene poder superior y esta totalmente desconectado de su cuerpo. no se siente dolor o daño que el súper poder genera.
La ciencia explica el funcionamiento físico de la adrenalina, las diferencias de los efectos en diferentes tejidos por los diferentes receptores y otros detalles aburridos muy importantes. sin embargo, se ignora el fenómeno del súper poder que recibe uno bajo el efecto de la adrenalina. Recuerdo caso de una mujer que levanto el lado del coche que aplastó a su hijo, o personas que caminan sobre braza con 400 grados Celsius sin dañar y mas ejemplos de este estilo.
Lo que hace la adrenalina através del efecto físico, es abrir las puertas que tenemos en el cuerpo para poder conectar con la energía cósmica, algo que los chinos practican cada día con las técnicas del Qi gong, Tai chi y mas. Esa energía permita lo imposible.
La historia más famosa sobre este fenómeno es la historia del Shimsón en la biblia. El, con su cabello (puerta en hebreo) pudo vencer un león, luchar contra ejercito completo y al fin, destruir un edificio. Fue un ser único que logró conectar con la energía cósmica en una manera consciente.
Nosotros por el momento, tenemos que usar la adrenalina. Hasta la próxima Yaron.