Hola mundo.
La semana pasada, cómo notaste, no publiqué el post del Domingo. Lo siento. Estuve muy ocupado. Me invitaron a participar en un evento culinario en la ciudad, por el aniversario de la Patisserie Dominique, ubicada en la colonia Roma norte. Tenía el honor de presentar un platillo, de entre varios chefs profesionales y cómo dice el dicho; “se cola de leones y no cabeza de lobos”, así que acepte el reto.
Decidí cocinar sopa de cebolla por tres razones. Primero, la cebolla es un tubérculo increíblemente sano por el contenido alto de minerales y componentes poderosos para la salud. Algo que fue conocido desde los tiempos antiguos. El Rambam dice, que cuando llegas en tu viaje a un lugar nuevo, lo primero que quieres hacer es comer de la cebolla local. En esa manera, baja el riesgo de enfermar drásticamente.
La cebolla contiene un gran cantidad de vitamina C, te van a contar. Sin embargo, eso en específico no te va a ayudar, porque curiosamente, la cebolla es muy dulce. Cuando consume vitamina C en ambiente azucaroso, el cuerpo no lo puede aprovechar. Eso, en caso que la comes cruda. Al cocinar la cebolla, o hasta en una ensalada, la vitamina C destruye. Pero bueno, aparte de la vitamina C, la cebolla contiene otros vitamina, el valioso ácido fólico, hierro, potasio, el sulfúrico (lo que le da este sabor apestoso delicioso) y muchos otros moléculas sanas.
Segundo razón por elegir este platillo, es que la dueña del local es francesa, entonces así, para molestar :-). Pero la verdad es, que no es fácil cocinar una buena sopa de cebolla. Es una sopa muy simple, lo cual comieron los más pobres en Europa hace cientos de años. Por lo mismo, llevarlo al nivel gourmet, es un arte.
Hace mucho que no cociné esta sopa. Busqué en mi blog la receta y me quede traumado, ¡cómo que nunca escribí sobre este tema tan sano y delicioso! Entonces, aquí está mi manera humilde para manifestar este milagro:
Estoy usando para la sopa, cebolla en tres presentaciones. Lo primero es cebolla amarilla (de preferencia), que estoy poniendo a freír con muy poco aceite. Digamos un kilo. Cuando la cebolla está bien dorada, pongo mantequilla generosamente y la voy a seguir freír poco más, pero sin quemar la. En eso, relleno la olla con caldo. Esta vez preparé caldo de huesos y cola de res para tener la ventaja del colágeno y el sabor supremo que da la cola. Puse este caldo en la olla con la cebolla dorada y lo reforcé con caldo de pollo, lo que Dominique preparó un día antes.
Sí, lo sé, a hora me vas a decir que no es mi sopa ¿verdad?. Pues, también esta mujer preparó pan especial en forma de plato hondo. Para usar su pan en lugar de plato, quite el migajón, hice un trabajo de albañil con queso rallado, tapando la parte interior del pan/plato. Así sea más resistente al caldo de la sopa y en eso serví la sopa, claro, con queso gratinado encima. Espectacular.
Pero todavía falta. El segundo tipo de cebolla que estoy usando en la sopa, es simplemente cebolla blanca bien picada. Digamos dos kilos. Esta cebolla picada, lo que da el cuerpo a la sopa, la pondo después de añadir los caldos. Mientras el caldo está en el fuego con los dos tipos de cebolla, pongo en un sartén pesado, otro medio kilo de cebolla para freír. Esta vez sin compasión. Esta cebolla la llevo al límite, con fuego alto, hasta que está bien negra y la voy añadiendo a la sopa con especias y huesos de tuétano. Las especias son sencillas. Sal, pimienta negra recién molida, pimienta verde igual, pimienta inglés y algo de salsa de soya.
Después una hora en el fuego, separo el tuétano del hueso y lo voy a aplastar de regreso a la sopa. Otra media hora y estamos listos. Obviamente, en los días siguientes, el sabor de la sopa todavía mejora.
Bon appetit, Yaron.
aquí van unos fotos del evento: