Hola mundo
Hace un mes más o menos, fuimos toda la familia a pasear en Wal-Mart. No sé si viste la película capitán fantástico (2016), si no, te recomiendo ver. Se trata de una familia que vive fuera del sistema. Cuando una familia de este estilo entra a Wal-Mart, se ven diferente. Mi hijo chiquito descalzo, con el pantalón de pijama, mi hija con ropa que ella coció y el mayor, ya adolecente, como un Rambo pequeño. La mama, que su cuerpo no conoce el maquillaje ni el rastrillo y aun es la más bella del mundo y el papa, que ni les digo. Todos paseando en el súper como si fuera un six flag.
De repente se desaparecieron los niños. Los encontré en el pasillo de los juguetes. El grande estaba parado con una caja en sus manos y sus hermanos atrás de él. “queremos este juego de mesa” me reclamó. Está en buen precio dijo el primogénito, leyendo mi mente. “pero no es nada barato” intenté defenderme. “es un Catan” me dijo Shamaim, como si yo supiera que es eso. “juego de mesa para un actividad familiar es muy importante” dijo la mamá, marcando la victoria de sus criaturas. Reconocí mi fracaso y la caja del Catan se entró al carrito a un lado de la sandía.
La verdad es que no me molesta comprar cosas aunque son costosos, si es para un beneficio, pero ya pasó un mes y la caja del Catan se quedó en la repisa, sin uso, agarrando polvo. Es por eso, que en sábado, invite a desayunar una familia israelita que viven en Tepoztlán y son expertos en este juego, para que nos enseñen.
Desayunamos wafles belgas deliciosos hechos en casa, de harina con semilla de linaza molida, chía y ajonjolí. Cada uno embarró su wafle con sus gustos. Crema de cacahuates, crema de avellanas, maple, nueces, miel de abeja y más. Cuando las panzas gritaron “ya no más”, limpiamos la mesa, preparamos café y abrimos el Catan por los siguiente tres horas.
Cuando cumplí cuatro años, mi papá me regaló un ajedrez muy bonito, grande y de madera. Debe de existir en un rincón todavía. Es fue mi juego de mesa con mi papá y con mi vecino. Nunca entró a mi casa un monopoly o algo de este estilo. Jugando en el sábado el Catan las dos familias, me di cuenta que la mamá tenía razón. El beneficio para la salud mental, jugando esas mini vidas encapsuladas en tres horas, es tremendamente positivo.
Te desconecta del mundo exterior y con eso se relaja la mente. Te permite ver cómo funciona tu propio carácter y comete errores que se desaparecen en tres horas como si fue un sueño. Así , en la vida real puedes mejorar. Jugando, puedes expresar emociones sin costo porque es solo un juego, lo cual drena las cargas que generan el estrés. Y todavía más efectos psicológicos positivos.
En un punto, los niños tenían otra vez hambre (otro beneficio de juego de mesa). Por su sorpresa, saque unos envases de unicel de su caja y pregunte: ¿Quién quiere Maruchan gormé?
¿Maruchan? ¿tuuuuuu? Gritaron los extranjeros, los niños de alegría, sus papas horrorizada. Ajá, como me gusta hacer eso, poner la gente en estado de shock jajaja, es lo máximo.
Si, los expliqué. Es verdad que la Maruchan no es una comida sana. Es una comida vacía. Sin embargo, no es toxica mientras no lo pones en el microonda. Si leen los ingredientes, van a notar que no contiene colorantes venenosos u otra cosa dañina. Si, contiene poco monosodium glutamato, pero ya no tenemos hijos menores de seis años, así que se puede. Lo que voy hace explique, es usar la Maruchan como un base para una sopa instante de alto nivel nutritivo y eso es muy fácil.
Al abrir el envase de unicel se puede notar que existe un espacio vacío bastante generoso. Estoy rellenando este espacio con una verdura bien picada. Luego, pongo aceite de aguacate u olive generosamente y un toque de salsa de soya de alto calidad. Se puede poner más ingredientes, cada uno con su imaginación.
El mayor ventaja de servir un Maruchan gormé a un niño, es que primero, nunca jamás se va a comer un Maruchan “normal”, segundo, se aprende que las cosas son flexibles y se pueden mejorar. Pero lo más importante es que no se queda afuera del círculo social. Si, también mis hijos comen Maruchan a veces.
Hasta la próxima, Yaron.