Hola mundo.
Hace mucho que no volé. Esta sensación espectacular de aceleración, cuando el avión esta para despegar, lo tengo diario con mi moto, y estar aplastado con mucha gente en un cilindro largo de metal con alas, no es mi máximo. Especialmente porque mi fémur es más largo del promedio, así que nunca encuentro la manera para que mis rodillas no se aplasten contra la silla de enfrente.
Fui a visitar unos amigos en puerto Vallarta. Quisiera ir con la moto, pero por tener solo dos días, volé. Ni modo.
Mi amigo le encanta el vino. En la noche, estamos sentados con dos copas en la terraza, quinto piso arriba del malecón. El sonido terapéutico del mar, la vista de Vallarta nocturna de horizonte a horizonte y el sabor suavemente explosivo del vino, da una experiencia inexplicable.
Estamos platicando sobre el desarrollo inmenso de esa ciudad, especialmente desde que se empezó la plandemia. Un grupo poderoso de españoles que está construyendo aquí docenas de edificios estilo disneyland sobre cientos de hectáreas. Un movimiento fuerte de gente Canadiense y gringos que quieren vivir aquí sus últimos años, y mucho Mexicanos de Monterrey, de la ciudad y otras partes, generan una demanda tremenda, lo que empuja construcción masiva de casas y edificios sin ninguna infraestructura, sin pensar cómo va a funcionar todo eso en el futuro, solo con el deseo de satisfacer el vicio del momento por poder y gozar, rápido, ahora y de lo que hay.
Estoy penduleando el vino en la copa, disfrutando su color profundo, viendo las “piernas” que se forman sobre el transparente, súper delgado pared de vidrio, antes de probarlo de nuevo. Un barco está entrando a la marina, echando fuegos artificiales, como si fueron niños que lo navegan, justo cuando la ridículamente iluminada iglesia mayor marca la hora once con sus campanas de bronce fundido.
Tomando el vino, estoy pensando de las amables bacterias que hicieron esta obra de arte. Durante días se multiplicaron, comiendo el azúcar de las uvas y generando sus deshechos – el alcohol. Construyeron sus edificios y casas sobre cientos de millones de moléculas, solo con el deseo de satisfacer el vicio del momento por el azúcar, sin pensar cómo va a funcionar todo eso en el futuro. Poco a poco, el nivel de alcohol, igual como la cantidad de caca en los coladores de puerto Vallarta, está subiendo. Cuando el nivel del alcohol pega a 11.8 porcentaje, las bacterias se mueren, dejando un vino delicioso, totalmente esterilizado para mí, a disfrutar.
Somos igualitos a las bacterias. Solo estoy confundido, ¿quién va a disfrutar nuestra obra de arte cuando nuestros deshechos nos van a matar?
Hasta la próxima, Yaron.